
Lo recuerdo como si fuera ayer. Yo tendría unos 11 años. Fue la última vez que estuve bajo una carpa de circo.
Era costumbre familiar no entrar al espectáculo hasta pasados los 15 primeros minutos. A mis padres les horrorizaba el número de las fieras (normalmente leones y tigres) con el que siempre daba comienzo la función. Luego vendrían acróbatas, payasos y demás… Pero ese día también hubo un número con chimpancés. Lo de costumbre: unos pobres bichos vestidos de forma ridícula, haciendo cosas ridículas, y un tipo aún más ridículo si cabía, sonriendo sin cesar y pidiendo los aplausos para sí mismo.
El número acabó y monos y tipo se fueron tras unas grandes y brillantes cortinas azules. Y entonces lo vi… las cortinas se descorrieron accidentalmente y lo vi… el tipo estaba pegando duramente uno de los chimpancés por algo que no debió hacer o que hizo de forma no deseada, y yo lo vi…
Desde mis 11 años vi como se cebaba cruelmente con un pobre bicho que chillaba y trataba de cubrirse la cabeza, lo vi… y él me vio a mí. Debió sentirse observado porque levantó la mirada y se encontró directamente con la mía. Una niña de 11 años, desde una de las gradas del público le había visto y había descubierto cómo se conseguían las cosas. Me mantuvo la mirada unos segundos y corrió la cortina lo más rápido que pudo. Sé muy bien que mi severa mirada le dejó preocupado. Fueron unos pocos segundos en los que en mi cabeza pasó absolutamente todo, se colocaron todas las piezas del puzzle de una sola vez. Y dejé de querer ir al circo. Empecé a querer un circo sin animales.
La historia del circo y la esclavitud animal

La referencia más cercana al circo actual proviene de la antigua Roma. En los anfiteatros se exhibieron y sacrificaron cruelmente animales exóticos para gozo y disfrute de una decadente clase privilegiada. El circo tal y como hoy lo conocemos, apareció por primera vez en Gran Bretaña en 1770.
En Asturias son aún demasiado pocos los Ayuntamientos que han establecido normativas que sólo permitan circos sin animales. Son demasiado pocos ayuntamientos los que han decidido poner fin a la eventual presencia de la más flagrante y descarada muestra de esclavitud real que aún perdura en nuestro entorno social. No parecen percatarse de que el circo con números de animales salvajes son un puro anacronismo, algo perteneciente a una época en la que la inmensa mayoría de la gente no tenía oportunidad de viajar. Sin la tecnología adecuada, tampoco de verlos en reportajes fotográficos ni en películas. Y muy pocos podían tener la oportunidad cultural de acceder a libros con explicaciones escritas y dibujos de la fauna exótica mundial. Fueron tiempos duros en los que la llegada de un circo a una población suponía el evento del año que alborotaba a grandes y pequeños. Solo en ese marco se puede entender, si es que alguien es capaz de abstraerse a la crueldad que inevitablemente conllevaban, los circos con animales salvajes.
Hoy en día se echa de menos que las corporaciones locales tengan más actualizado su ideal de divertimento y, por descontado, que sean más sensibles al sufrimiento que provoca una vida nómada, alejada de las necesidades vitales de espacio, de comida, de clima… en los animales que tristemente pasan allí sus infelices e interminables días.
¿Cómo viven los animales del circo? ¿De dónde vienen?
El transporte de animales salvajes utilizados para números circenses es la máxima expresión del abuso y de la crueldad. Estos desdichados pasan el 90% de su vida encerrados en espacios demasiado pequeños para su tamaño y vitalidad. En los viajes deben soportar oscuridad, calor o frío excesivo, posturas que les producen fuertes dolores y afecciones crónicas, sed… un calvario.

Imagen: commons.wikipedia.org
Sigo sin entender porqué hay personas que no son capaces de hacer suyo el sufrimiento ajeno. Son animales que jamás podrán volver a su hábitat natural. Sufren amputaciones (uñas), extracciones de piezas (colmillos), privaciones de comida (como forma de entrenamiento habitual), golpes, quemaduras, pánico y un largo etc.
Tampoco parece que muchos concejales y alcaldes relacionen la presencia de los circos con animales en su municipio, con el fomento de actividades tan peligrosas y delictivas como el tráfico de especies en peligro de extinción. Pero esto es tan cierto como que dos y dos son cuatro.
Y es que los animales que actúan en los circos tienen dos vías de origen. Por un lado puede que nazcan en cautividad, cosa que es harto difícil ya que el estrés dificulta enormemente su reproducción, o que sean comprados a programas de cría en cautividad.
El segundo posible origen es la captura furtiva, es decir: son secuestrados en su hábitat original por redes ilegales de tráfico de animales.
No se debe caer en el error de pensar que la primera opción anula la segunda, porque puede que sea solo un mero tránsito y que si tuviéramos la oportunidad real de llegar al final del hilo, nos veríamos en el mismo punto: tráfico de especies. Que, dicho sea de paso, es una de las tres mafias más grandes del mundo, junto al tráfico de armas y de drogas.
En cualquiera de los casos, el efecto es tan horrendo que desmerece por completo el propósito. ¿Era hacer felices a los niños? ¡Ya!
¿Es posible un circo sin animales?
Desde luego que sí. El circo sin animales es perfectamente posible y si esto se ha mantenido con el paso de los años es porque está fundamentado en el principio básico del engaño. En la ocultación premeditada del cómo realmente se hacen las cosas, en disfrazar el número circense con colorines, brillantinas y grandilocuentes palabras.

Los niños de hoy día ni son tontos, ni están tan desinformados como estuvimos los de mi generación. Si muchos de los de aquella época desarrollamos una visión crítica de la situación real de los animales en los circos ¡qué no pensarán los niños de hoy día! Y por supuesto tienen mucha más capacidad para entender lo que es deseable y lo que no, pues la información les llega antes y lo hace de forma más completa. ¡No sigamos tratándoles como a niños!
EQUO, desde el minuto 0 ha apostado por el circo sin animales. El circo sin crueldad, por el espectáculo creativo y por el ejemplo estimulante de la superación de los límites humanos. Agilidad, flexibilidad, intuición, habilidad, alegría, chispa, inteligencia, humanidad… verdaderos motivos para aplaudir a rabiar. Pero todo ello sin un ápice de expolio a la biodiversidad.
En EQUO apostamos por los circos SIN animales. ¡Pasen y vean!